Países mediterráneos
ValenciaPhoto es el Festival Internacional de Fotografía y Debate de Valencia. Un lugar de encuentro entre fotógrafos, comisarios y teóricos de la imagen y la estética, historiadores, galeristas y editores, entre otros profesionales. Ofrece a través de la imagen, diferentes puntos de vista y modos de comprender un mundo en constante cambio. Valenciaphoto es un festival de fotografía que quiere promover la cultura, la creatividad y el desarrollo de los artistas. En el transcurso del Festival, seremos testigos de una serie de eventos impresionantes. Valencia, la ciudad de la fotografía.
El Mediterráneo: Mar de culturas
El Mediterráneo ha sido desde la Antigüedad un escenario ambivalente: frontera y cruce, amenaza y promesa, lugar de naufragios y de renacimientos. Su geografía, aparentemente abierta, esconde también los signos de la separación y el riesgo. Como escribió Eurípides, “el mar enseña muchas cosas terribles” (Helena, v. 1530), pero es también el camino inevitable hacia el otro.
Las aguas que separan a los pueblos mediterráneos son las mismas que los han unido durante milenios. En ellas se tejieron rutas de comercio, conquistas, exilios y revelaciones. Ya Heródoto señalaba que el mar es el “gran camino del hombre” (Historias, I.1), no por su facilidad, sino por su capacidad de conectar mundos diversos a través del viaje, del asombro y de la prueba.
En la Odisea, Homero convierte al Mediterráneo en un vasto campo de aprendizaje. Ulises, obligado a errar por sus costas, no sólo sobrevive a los monstruos y las tempestades, sino que aprende a conocer a los otros y a sí mismo. Así, el mar no es solo un obstáculo físico, sino una condición ética del viaje: “Muchos son los dolores que sufrí y muchas las ciudades que vi” (Odisea, I.3).
Para los romanos, el Mare Nostrum fue símbolo de dominio, pero también de civilización compartida. Séneca, testigo del peligro y la posibilidad que encierra el mar, escribía: “Lo que nos separa es también lo que nos une” (Epístolas a Lucilio, LXX), afirmando la paradoja central de este espacio: su capacidad de dividir cuerpos y unir destinos.
En tiempos antiguos, como hoy, las orillas del Mediterráneo se enfrentaban a desafíos comunes: crisis políticas, desplazamientos forzados, tensiones culturales. Pero también compartían una herencia invisible: una misma luz, una misma dieta, una misma forma de mirar el mundo. Estrabón, el geógrafo griego, afirmaba que “la diversidad de las gentes del Mediterráneo no impide que compartan una vida parecida” (Geografía, II.5.26).
Hoy, como entonces, el Mediterráneo nos obliga a pensar en lo común a través de la diferencia. Es un espejo roto cuyas piezas encajan solo si se comprenden como fragmentos de un mismo pasado. Cruce de civilizaciones, testigo de guerras y esperanzas, el mar sigue siendo el gran narrador de nuestras historias compartidas. No es casual que Virgilio lo recordara en la Eneida como el lugar donde “nace la fama, y se extiende con las olas” (Eneida, IV.173).
Porque en el Mediterráneo no sólo se navega el espacio: también se cruzan memorias, lenguas y heridas. Allí donde el mar amenaza, también convoca; allí donde separa, también enseña a reencontrarse.

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